lunes, 18 de mayo de 2009

La arrepentida secreta




Caso De la Madrid-Salinas-Aristegui

Ramón Alberto Garza/ Reporte Índigo

Cuando México todavía se sacudía con la entrevista que Carmen Aristegui le hiciera a Miguel de la Madrid, hasta la residencia del ex presidente acudían tres prominentes priistas para desactivar una inevitable confrontación con Carlos Salinas. La salida, enfermar al entrevistado para invalidar lo declarado. Conoce en Índigo los detalles de: La arrepentida secreta.
Francisco Rojas, Emilio Gamboa, Ramón Aguirre, Enrique de la Madrid y Federico de la Madrid. Ellos operaron “el arrepentimiento” de Miguel de la Madrid sobre la entrevista que le dio a la periodista Carmen Aristegui.
Una parte esencial de la estrategia, sin embargo, se habría diseñado en Londres. Desde la capital de Inglaterra, un indignado Carlos Salinas de Gortari habría implementado el control de daños.
Y con hombres de todas sus confianzas, el inculpado hizo llegar a De la Madrid y a sus hijos los mensajes necesarios para tomar la decisión. Había que confirmar “la enfermedad” de su antecesor.
Con ello, Salinas intentaría neutralizar las severas acusaciones sobre la inmoralidad y la corrupción que De la Madrid hizo sobre él y sus hermanos.
La estrategia habría sido simple y directa. “Me pueden matar, pero se van conmigo”. O en otras palabras, “de aquel lado, del que hace las revelaciones, también existen historias que contar… y si no hay desistimiento, van a salir”.
Las reuniones en las que participaron los prominentes personajes del priismo nacional se prolongaron por cerca de siete horas.
Francisco Rojas habría operado como el diplomático disuasivo a favor de la causa de Carlos Salinas. Fue su director de Pemex. Un hombre cercano y leal que le rearticuló las relaciones con el sindicato petrolero tras “El Quinazo”.
Emilio Gamboa fue la conciencia de Miguel de la Madrid. De algo valieron los seis años que pasó como su secretario particular, su hombre de mayor confianza, el dueño del picaporte en su Presidencia.
Ramón Aguirre también se presentó para asesorar a su amigo. Había sido el regente del Distrito Federal en el sexenio delamadrista.
Comenzaron poco después de las nueve de la mañana del miércoles 13. Habían pasado apenas unos minutos después de que Aristegui sacudiera a la opinión pública con la difusión de la entrevista en Noticias MVS. Y el acuerdo terminó de concretarse cerca de las tres de la tarde, pactando la redacción de un comunicado.
La “arrepentida secreta” se consumaba, y la sentencia, que como epitafio cerraba el comunicado, lo decía todo: “Después de haber escuchado la entrevista con la señora Aristegui, mis respuestas carecen de validez y exactitud”. Firma: Miguel de la Madrid.
Apenas se distribuía el desdicho del ex presidente, cuando una nueva carta se hacía llegar a las redacciones de los principales medios.
Era la de Carlos Salinas dirigida a la periodista Carmen Aristegui.
Salinas no condenaba las denuncias y ni las acusaciones de Miguel de la Madrid. Ya tenía conocimiento del comunicado que había firmado su antecesor y en el que se resignaba a aparecer convaleciente “de un estado de salud que no me permite procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos”.
De hecho, Salinas refería algunas notas de prensa publicadas en días pasados por el diario La Crónica en las que se decía que De la Madrid estaba delicado de salud, con un enfisema pulmonar que le genera problemas de oxigenación y circulatorios, lo que le habría provocado pequeños infartos cerebrales que le habrían inhabilitado “un tercio de su función cerebral”.
La carta de Salinas incriminaba a la periodista Carmen Aristegui, a quien le manifestaba “el dolor y la indignación” que le producía enterarse de los términos y las condiciones en las que entrevistó al “respetable ex presidente de México, Miguel de la Madrid”.
Salinas reprochaba a Aristegui “la falta de respeto” y el “abuso de confianza” hacia el ex mandatario entrevistado y hacia la audiencia por exhibir “testimonios de personas que padecen esas limitaciones”.
Más tarde le llegaría una nueva carta a Aristegui. Era de Raúl Salinas. Más diplomática, iniciando con un: “Mi respetada doña Carmen:”, el hermano del ex presidente se concretó a narrar la historia de sus investigaciones y procesos judiciales.
Al final del día, quienes vieron de cerca a un abatido Miguel de la Madrid, advirtieron que decía sentirse satisfecho con lo que había expresado en la entrevista con Aristegui.
Admitía, sin embargo, que había cometido “un serio error político” al decir lo que dijo. Y confesó que aceptó “la arrepentida secreta” porque él conoce a Carlos Salinas. “Es un enemigo muy peligroso”.
CRÓNICA DE UN LARGO DÍA
Nunca antes en los tiempos modernos, un ex mandatario mexicano había sido tan severo para calificar públicamente a su sucesor. Los episodios de Calles y Cárdenas, o los de Echeverría y López Portillo, palidecieron.
Por eso, cuando se conoció la reveladora entrevista de Carmen Aristegui a Miguel de la Madrid, en la que el ex mandatario acusaba a los Salinas de inmorales, corruptos y de tener nexos con el narcotráfico, los focos rojos se encendieron en las cúpulas priistas.
Desde Londres, donde tiene una de sus residencias Carlos Salinas de Gortari, se operó la estrategia para el control de daños.
Un diseño que se implementó pasadas las nueve de la mañana y terminó a las tres de la tarde con la carta en la que Miguel de la Madrid se acepta incompetente para responder cuestionamientos.
El primer enviado a la residencia de Miguel de la Madrid fue Francisco “Paco” Rojas. Hombre de todas las confianzas presidenciales, el ex director de Pemex llevaba la encomienda desde Londres para atemperar los ánimos y buscar una salida decorosa al espinoso caso.
Es cierto que acudía como embajador salinista, pero tampoco podía despojarse de su cercanía con Beatriz Paredes, la presidenta nacional del PRI que le entregó la Presidencia de la Fundación Colosio.
El papel Rojas era el de ser el personaje que aplicara la suficiente presión para gestar una solución convincente y concertada que se implementara con la urgencia que el caso merecía.
El otro actor estratégico fue Emilio Gamboa Patrón, actual jefe de la bancada priista en el Congreso y quien fuera su fiel escudero presidencial.
Gamboa sirvió y conoció a De la Madrid. Pero terminó por conocer mejor a Carlos Salinas, a quien le abrió de par en par las puertas de Los Pinos al tiempo que se las cerraba a su rival, el secretario de Gobernación Manuel Bartlett.
Por eso Gamboa fue uno de los secretarios favoritos de Salinas. Lo hizo su director del Infonavit, después su director del Seguro Social y al final su secretario de Comunicaciones.
La función de Gamboa era reinstalarse como la conciencia crítica de De la Madrid para convencerlo del error político en el que había incurrido en la entrevista que le dio a Carmen Aristegui.
En la residencia delamadrista apareció también Ramón Aguirre, quien fuera el regente del Distrito Federal en los días en que el jefe de Gobierno capitalino todavía era designado por el presiente en turno.
Amigo leal y agradecido del ex presidente De la Madrid, Ramón Aguirre también tuvo sus roces con Carlos Salinas de Gortari. Sobre todo cuando fue el candidato priista a la gubernatura de Guanajuato.
Sus dos rivales no lo dejaron sentarse. Vicente Fox, por el PAN, y Porfirio Muñoz Ledo, por el PRD, impugnaron la elección. Y ahí se gestó la primera concertacesión.
Se anuló el presunto triunfo de Ramón Aguirre y se dio paso al gobierno provisional de Carlos Medina Plasencia, quien terminaría entregando la estafeta a Vicente Fox. Eran los albores de lo que más tarde se conocería como el PRI-AN.
A las discusiones se sumaron dos personajes más. Enrique y Federico de la Madrid Cordero, los hijos del ex presidente.
De hecho, después de Carlos Salinas, ellos eran los más interesados en resolver el conflicto político.
Habiendo pasado por una diputación plurinominal por el PRI en el 2003, Enrique es hoy director de la Financiera Rural en el gobierno de Felipe Calderón. Un cargo estratégico si se considera que desde ahí se hace el reparto de los créditos para el politizado agro mexicano.
Para Enrique, ésta no era la primera vez que enmendaba la plana a su padre. Lo había hecho antes, cuando en una entrevista concedida al periodista Carlos Loret de Mola, en septiembre de 2005, De la Madrid aceptó la derrota del PRI en la elección del 88. Una primera afrenta contra la legitimidad de Carlos Salinas.
Enrique llamó entonces a Televisa para aclarar a Loret de Mola que su padre se había referido, no a la elección presidencial, sino a la del Distrito Federal. Y desde entonces, sacaba a relucir que a su papá ya le pesaban los años.
El otro hijo presente fue Federico, el más débil políticamente hablando. Algunos recordarían el expediente que se quedó guardado desde los tiempos en que fue presidente del Consejo de Administración de Banco Anáhuac y alguna fracción accionaria terminó ligada a operadores del Cártel de Juárez.
Sin embargo, existe otra razón de igual peso y de mayor futuro para la conciliación De la Madrid-Salinas. Y ésa pasa por las presiones de los hijos de ambos, quienes a través de un programa ejecutivo, restablecieron una cercanía afectiva en torno al proyecto de trabajar juntos para un relevo generacional dentro del PRI.
Éste fue el marco de las negociaciones en Coyoacán. Con estos actos y bajo estos supuestos, no sólo desacreditaron la controvertida entrevista, sino que terminaron de sepultar, políticamente hablando, a Miguel de la Madrid.
De ahora en adelante, cualquier declaración o, incluso, algunos legados póstumos, tendrán que pasar por el filtro de ésta, su arrepentida secreta.

Más allá del “salinazo”
Carlos Salinas y el robo a la partida secreta. Miguel de la Madrid y la desilusión de su dedazo.
Carlos Ahumada y el amasiato Salinas-Fox. Diego Fernández de Cevallos y su complicidad con el PRI.
Rosario Robles y “su banda”. Raúl y Enrique Salinas, sus tajadas y sus narcontactos.
En sólo unos días de escándalos literarios y mediáticos, se develó en todo su esplendor el agotamiento del sistema político mexicano.
Lo hicieron quienes intentan reconciliarse con su pasado o quienes sienten ya muy cercana la cita final con su destino.
Las reglas del juego, las de la omertá priista, fueron rotas, profanadas y evidenciadas. Pocos compraron el argumento de “la enfermedad” para justificar el desdicho.
Como nunca, los mexicanos conocemos de viva voz, la de los jefes supremos, los privilegios de una élite política y económica que pensó tener todo bajo control.
Sus prohombres fueron exhibidos en sus más primitivos instintos, en sus más exaltados defectos: la corrupción y la impunidad.
El valor que tiene la espléndida entrevista de Carmen Aristegui a Miguel de la Madrid va más allá del “salinazo”.
Lo que el ex presidente ratifica, aun entre monosílabos, es que en el sistema político que vivimos, la justicia estorba para el ejercicio del poder, y la impunidad es condición necesaria para que la maquinaria se sostenga.
Estamos ante una confesión presidencial inédita que confirma lo que todos padecemos: que el régimen de derecho es selectivo en el mejor de los casos, o inexistente en el peor. De que, por encima de todos, impera la ley que dictan los poderosos.
Los que ya tienen garantizado su asiento permanente en la Permanente, los que pactan contratos y licitaciones públicas y los sobrevivientes transexenales de la nómina oficial.
Los beneficiarios de los monopolios y los oligopolios, los concesionarios de los bienes y servicios públicos, y los que dan los contratos y asignan la obra pública.
Hoy, esos poderosos son políticos y hombres de negocios que se beneficiaron con las privatizaciones, que lucran con el sobreprecio.
Pero mañana, cansados de la injusticia y de la impunidad confesas, el poder podría terminar en las manos de aquellos desposeídos que empuñen su fuerza.
De aquellos desempleados por las crisis. La del “catarrito” global, la turística, la de la influenza. De aquellos que en medio de su desgracia se enteran de partidas, de tajadas y de contratos secretos. De pagos multimillonarios por unos videos.
El libro de Carlos Ahumada, primero, y la entrevista de Aristegui a Miguel de la Madrid, después, son un epitafio a la decadencia de un imperio político que se negaba a morir.
Habrá que ver si entre los millones y millones de mexicanos podemos rescatar a esa generación de nuevos líderes, políticos y económicos, que puedan conciliar en paz el urgente relevo. No con rostros bonitos y casimires de pantalla, sino con ideas modernas que puedan articular ese proyecto de nación que hoy está ausente de una agenda infectada por la pandemia del escándalo.

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