Por Guillermo H.
Zúñiga Martínez
Hace tiempo, el doctor Pablo Latapí fue invitado para
impartir una conferencia magistral en la Universidad Autónoma Metropolitana de
México. Cuando disertó ante la comunidad académica de aquella institución,
escogió un tema que ha estado a debate: la calidad educativa.
El distinguido pedagogo inició haciendo una corrección a
los promotores de la educación de calidad cuando hablan de “excelencia”. Les
expresó que esa palabra es una auténtica aberración, que lo correcto es decir
“excelente” que es el superlativo de “bueno” y lo que hace sobresalir las
actividades que se desarrollan en los planteles escolares. También es muy
atractivo percatarse que para Latapí la “excelencia educativa” demuestra una
arrogancia francamente insultante para los oídos de personas a quienes conforma
el cumplimiento del deber, eso sí con una gran preocupación porque salgan bien
las cosas, por lo cual coincido con él cuando piensa que lo fundamental es
saber desarrollar talentos con la esperanza de que sirvan a la sociedad. La “excelencia”
para Latapí es también narcisismo y egoísmo, ambos reprobables y despreciables
porque efectivamente “la perfección no es humana. Somos esencialmente
vulnerables, por eso es recomendable leer a los clásicos que son los que nos
acercan a la maravilla de nuestra imperfección consustancial”.
En relación a la definición de la calidad de la educación,
con sencillez habló de factores que son indiscutibles para lograr una mejor
educación y señaló, entre otros, la infraestructura, los planes y programas de estudio
y los métodos de enseñanza pero, en realidad, entender con claridad lo que es
la educación virtuosa no es sencillo porque no ha cobrado vigencia un criterio
universal sobre este tópico, dado que también se confunde con el aprendizaje de
conocimientos, enfoque muy parcializado pues la educación debe ser integral.
En aquella histórica conferencia, el pensador criticó
acremente a quienes hacen comparaciones de escuelas o instituciones, porque
ignoran las diferencias entre las circunstancias de los estudiantes; no es lo
mismo tener dieciocho o veinte años, depender de una familia y asumirse
alentado en los estudios que ser madre de familia, trabajador, campesino o
indígena, tener compromisos hogareños y darse tiempo todavía para asistir a la
escuela y atreverse a hacer suyo el saber y las normas que exige toda sociedad
para calificar realmente a un ser humano educado. Asimismo, confesó su
preocupación de que la calidad educativa se confunda con el “éxito en el mundo
laboral” porque lo básico es estar preparado para acceder a cualquier
oportunidad que se presente.
Por otra parte, afirmó que la calidad educativa descansa en
dos supuestos: “Que para poder transmitir calidad es necesario reconocerla, y
que para lograr reconocerla es necesario tenerla. No hay en esto círculos
viciosos ni tautologías, sino el reconocimiento de que la educación es en
esencia un proceso de interacción entre personas…” Además, en un rasgo de
sinceridad, asentó: “Creo que la calidad arranca en el plano de lo micro, en la
interacción personal y cotidiana del maestro con el alumno y en la actitud que
éste desarrolle ante el aprendizaje”, lo que es muy relevante porque el
aprendizaje autónomo, acompañado del autodidactismo critico y significativo, se
debe valorar en la formación de los aprendientes, sin importar su condición
económica o el tiempo que hayan dejado de ir a la escuela, idea que nos ha
servido de andamiaje para encontrar una nueva modalidad educativa que tiene que
ver con el desarrollo de la sociedad.
Pablo Latapí advirtió a los académicos que “mis educadores
me aportaron calidad cuando lograron transmitirme estándares que me invitaban a
superarme, progresivamente, de muchas maneras, en diversas áreas de mi
desarrollo humano –en los conocimientos, en las habilidades, en la formación de
mis valores-, mis educadores me transmitieron estándares y además, me incitaron
a compararme con esos estándares, a comprender que había algo más arriba, que
yo podía dar más, o sea, me ayudaron a formarme un hábito razonable de
autoexigencia”.
Cuando en la Universidad Popular Autónoma de Veracruz se
insiste en que lo más importante es, además de la función que realizan los
asesores solidarios, adquirir hábitos de estudio, costumbres para reflexionar,
investigar, escribir, pensar y repensar ideas, creo que estamos muy bien
encarrilados en cuanto a si la educación es relacional, también plantea la
urgencia de dar más de lo que individualmente se puede en el marco de la
autodisciplina que consiste en pedirse a uno mismo superarse constantemente.
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